PARA ESTAR PRESENTE DEJÉ DE PERSEGUIR EL ÉXITO

Crónica de como salí del modo supervivencia.

Comencé a darme cuenta que estaba agotada incluso en mis días felices. Había confundido la productividad con propósito, y el cansancio con orgullo. Fue entonces cuando empecé a detenerme para tomar decisiones y estar presente.

cumpliendo propósitos
Presencia y elección

El espejismo del éxito

He pasado gran parte de mi vida corriendo detrás de algo que no sabía muy bien qué era. Marcar check a mis casillas de pendientes, cumplir metas, coleccionar logros… y aplaudir mi propio agotamiento como si fuera una medalla al mérito.

También me acostumbré a medir mi valor en productividad, a sentir culpa cuando descansaba, y a creer que el cansancio era sinónimo de propósito.

Pero desde hace tan solo un par de meses, algo en mí empezó a desmoronarse en silencio, mi propia realidad. No fue un gran colapso, ni una epifanía mística. Luego de intentar nuevas vidas varias veces, me llegó una pregunta incómoda y persistente que me rondaba en medio del ruido: ¿Por qué tanto afán de vivir el Éxito?

La trampa del “ser productiva”

Vivimos en una era de sobreestimulación, donde el ruido externo dicta el paso y la comparación se disfraza de inspiración. Las redes nos venden la ilusión de que se puede tenerlo todo —y al mismo tiempo— no se menciona el costo emocional de sostenerlo.
Yo lo intenté, y creo que es un precio muy alto.

Durante años, me confundí de competencia. Quise ser y hacer “más” sin entender primero cuál es mi propia definición de éxito y qué lugar ocupa en mi vida. Cuáles son esas prioridades que tanto me mueven y que hacen encender mi alma.

La competencia solo debería medirse únicamente con tus múltiples versiones, no está en el exterior, y como dice el dicho: si no sabes para dónde vas, ya llegaste.

Me adapté a moldes que me apretaban, callé mis opiniones por encajar, soporté más de lo que debía, y me convertí en una versión eficiente, de servicio, de atención para los demás, siempre disponible, el NO puedo, para mí era sinónimo de desatención, mediocridad y falta de voluntad… Todo se convirtió en automático, crear, producir, dar, servir, hacer… pero no quedaba nada para mí, no existía el presente en mis días, dejé de sentir, de disfrutar, de asombrarme, de validarme y sobre todo de agradecerme todo lo que he hecho por mí y por los míos.


Lo más triste es que nadie notó la diferencia. Desde fuera, parecía fuerte, valiente, resiliente —palabras que suenan muy bien para el ego, cuando la realidad es que estás sobreviviendo.

Faltaba un propósito claro

Los maestros invisibles

Hasta que un día, simplemente me cansé. No del trabajo ni de las circunstancias, sino de mí misma. De esa versión hiperproductiva que confundía la velocidad con el sentido. Y decidí por fin elegir.

No fue un acto heroico ni un momento de iluminación. Fue torpe, lento, lleno de dudas.

También debo admitir que presenté síntomas físicos que alertaron mi atención; un agotamiento extremo que ya comenzaba a pasarme factura, tuve fiebres, conocí la migraña, la perdida de orientación por ansiedad, sentí temblores, ritmos cardiacos acelerados, estrés agudo, en muchas ocasiones sentí como mi garganta se cerraba y me faltaba la respiración, incluso presencié momentos donde mis manos se entumecían y se paralizaban por lapsos de tiempo.

Y sin estar orgullosa, aun en esos momentos críticos, nunca me detuve, mi mente y mi cuerpo se alineaban para no parar.

No tuve coach, ni terapia, ni gurús. Mis maestros fueron los ecos en mi cabeza, los recorridos en las heladas mañanas, las salas de espera, las despedidas que dolieron más de lo que esperaba, y los comienzos forzados después de cada caída.
Mis únicas herramientas: la escritura, papel, lápiz… y la necesidad de no desaparecer dentro de mi propia vida.

Vivir Presente: la nueva revolución.

Con el tiempo entendí que el éxito —ese que tanto perseguía— no era un destino, sino una consecuencia. Que vivir con consciencia no es tener una agenda impecable, sino saber detenerte cuando te estás perdiendo.

Que el equilibrio no se alcanza con más planificación, sino con más presencia. Qué los cinco minutos de euforia en la cima, son fríos y sublimes, más vale entonces que disfrutes del camino que inviertes para llegar allí.

Hoy, mi “checklist” se ve diferente. Ya no se trata de hacer más, sino de ser más fiel a mí misma. Si elijo un proyecto, un esfuerzo, una inversión, es porque vibra conmigo, no porque encaje en la narrativa de lo que “debería ser”.

Y aunque sigo aprendiendo, algo se ha transformado por completo: ya no me muevo por el miedo a quedarme atrás, sino por el deseo de estar aquí. En el presente. En disfrutar de mi vida y mi energía. El afán no existe. Es una creación del ego que intenta medirse con los demás.

El mapa se dibuja desde adentro.

Así que, si tú también te sientes agotado/a, si estás en modo supervivencia intentando sostenerlo todo, detente un momento. No necesitas correr más rápido, no se trata de un propósito trascendental, ni que cambiemos el mundo, no siempre el camino es el reconocimiento.

Basta con escucharte, con que te comprometas a ser mejor persona, aportes lo que te apasiona desde tu mejor versión.
Tu historia —esa que aún estás escribiendo— ya tiene todo lo que necesita para empezar a vivir distinto.

Y si no sabes por donde empezar, ve a Rituales de Papel. Usa ese espacio para explorarte, para hacer las paces con tus pausas, dirígete a tu subconsciente y reconcíliate con tu voz. Porque el ruido externo apagará tus talentos si no decides bajar el volumen para elegirte a ti hoy.

Con cariño, tinta y papel.


Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *